Broth

IVONNE OJEDA

La autora / 2019


Es todo lo contrario a un paisaje verdoso:
territorio estéril, cenizo y polvoriento;
cercado por estáticos gigantes de hierro, de plomizos tonos,
que sostienen en sus brazos las sogas que transportan energía.

Es un pequeño refugio
que rechaza camuflarse con el entorno,
que se adorna con tejas color oro, aquí y allá.

Detrás de la vidriada puerta, unas alas de palma están recargadas en la pared, en cuyo fondo reposa una cama de terso latón, flanqueada por blancos elefantes de la guarda.
Detrás de la vidriada puerta, una pequeña hechicera de piel ajadísima se asoma a un desmesurado y oscuro perol. Ella sabe de memoria la atávica receta. Va agregando:
trozos verde amago
semillas de oro en mazorca
cubos insípidos verde pálido
la mitad de un bulbo blanquecino, tan amable que no produce lágrimas
tubérculos color sol
dos litros de bendito fluido transparente
y un puño de mágicos y salados cristales.

Arde el tenamaste. El carbón murmura al crujir, las tonalidades de fuego seducen. El ambiente es brumoso, pero los ingredientes centellean y deslumbran con vivacidad. Al remover, las molestas medusas vegetales se atoran con el cucharon.

Sentada sobre un banco muy alto, desproporcionado para mi tamaño, yo tengo que encorvarme para quedar recargada sobre la mesa, como bovino ser, rumeando. Mientras observo a la pequeña hechicera, mi mente no para de revivir mis encontronazos amorosos y sus nefastos remates, urdiendo, enmarañando, repitiendo las mismas escenas:
Ella, incansable, recorre la cocina llevando y trayendo ingredientes.
Odio las verduras, especialmente la col, pero no las que ella guisa.

Horas han pasado desde que llegué a casa de mi bisabuelita.

Mis ojos parecen de sapo. Tengo que ver donde estoy, pero no quiero levantar la vista. ¿Qué está pasando? ¿Estoy soñando?
Frente a mí hay un vaso con agua. Es lo más tangible, parece ser. Al tocarlo borbotea, parece que le hubieran arrojado una pastilla efervescente, pero las burbujas refulgen de magia.
Al beber, una tolvanera envuelve toda la cocina. Es una tolvanera con mezcla de tambores.
Cuando el polvo se asienta, el banco ha adquirido el tamaño perfecto para que yo alcance la mesa.
Caigo en cuenta. Llevo un vestido, mis pies se columpian muy lejos del suelo, uso tobilleras blancas dobladas y rematadas con un encaje azul.

Mi bisabuelita murió cuando yo era muy pequeña. Pero ahora ella está aquí, no detiene su trajín. Creo que ni siquiera me ha visto. Quiero hablarle pero no sé cómo, no recuerdo su voz, no recuerdo una plática con ella ¡Quiero hablarle! ¡Tengo que hablarle! Las palabras se agolpan en mi garganta y las lágrimas nublan mi vista. Ella debe saber... es tan viejita, debe tener una respuesta, pero mi boca no emite sonido alguno.
Los utensilios de la cocina son tan grandes comparados con esta pequeña bruja. Ella tiene que usar pases mágicos para servirme una porción de la pócima del caldero. Sosteniene el cuenco con sus dos manos. Está tan cerca de mí, distingo los pormenores de tantos pliegues en su piel. Le sonrió y ella me devuelve el gesto, sus ojos brillan y me habla con cariño:
“Tienes razón, no te merecías nada de eso, nada de lo que te pasó, ninguna de esas personas debió tratarte así. Alguien las puso en tu camino por error, pero tú y yo vamos a arreglar todo ahora.
“En cada lugar donde estuviste con esas malvadas personas tuviste que dejar un pedazo de tu alma, para que no te doliera, para que ese dolor no te matara. Sin embargo, ya es hora de recuperar esas piezas faltantes.
“Vas a tomar éste brebaje que te llevará a esos lugares para recolectar esas partes de tu alma.
“Agáchate como en reverencia, toma con cuidado los que vayas encontrando, sostén todo con ambas manos, con delicadeza elévalas al cielo, después lleva todo a tu pecho, como en un abrazo y deja que ocupe su sitio”.

Los tambores cesan, los aromas se han apagado.
El humo se dispersa, el fuego de las velas se extingue.
Camino por todos lados, recojo lo mío y doy la espalda a…

También lloro.

Receta de caldo de res de una bruja.
Receta de una abuela para sanar el alma.

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