Imagine



Ismael Benítez Flores


Imagina que instalas en tu teléfono una de esas aplicaciones de contacto, de ligue. Imagina que creas un perfil falso. Imagina que entras, te gustan, les gustas y haces match. Imagina que sale bien la primera charla, mejoran las que siguen y es perfecto el acuerdo para la primera cita. Imagina que sudan tus dedos, que la batería de tu teléfono se acaba para provocar un fundido en negro, oportuno en tu rutina: imagínala. Luego imagina cómo es esa hora que se avecina para tu encuentro en vivo con tu match, en un lugar público, también imagínalo. Ahora imagínate dentro de tu presencia fascinante, imagina el poder que soporta tu calzado, imagina tu determinación. Entonces, a través de una bocina imaginaria, divina, según la acepción que elijas, suena Imagine de John Lennon. Imagina cómo la música sensibiliza a la gente imaginaria que deambula por ahí. Imagina que te sabes la letra; imagina lo bárbaro que la interpretas con el acompañamiento de tu pianista que se desdobla en las profundidades de tu imaginario; imagina su escenario, imagina cómo significa tu dimensión sensorial. Imagina que tus nervios se activan a cada armonía como serpentinas de escarcha, o como lluvia de fuego, o como mercurio goteando detrás de tu piel. Imagina la estrofa precisa, imagina que corresponde a tu paso preciso, rumbo al punto preciso del encuentro perfecto con tu match imaginario. Imagina, de pronto, cualquier señal, tan diminuta como potente, que engulle a tu pianista, imagínala, e imagina que te encuentra justo para recordarte la razón que te ha orillado a imaginar la creación de tu perfil y cuánto empeño has gastado en cada frase seductora de charla textual con tu match imaginario. Imagina el agobio. Imagina alguna emulsión reactiva que atañe a algún órgano; o imagina un estrujamiento. Imagina cualquiera de esas posibilidades con el ingenio suficiente para que esté al nivel del ingenio con que has maleado tus disposiciones, tus intenciones, tus seducciones. Imagina cómo tratas de sacudir, evadir, desdibujar, ignorar aquella señal imprecisa en tu encuentro, casi, preciso. Imagina qué haces para atraer de inmediato el tonito de Imagine, cómo lo logras, cómo te aferras a él, cómo lo inhalas para tranquilizarte. Imagina que miras el teléfono y ves que estás a tiempo, pero que también tienes un mensaje nuevo. Ahora, imagina que es un mensaje saboteador, imagina de quién es: ¿de tu match?, ¿de tu pareja imaginaria a quien engañas?, ¿de ti mismo?, ¿de quién? Imagina cómo es ese mensaje, ¿en imagen?, ¿en audio?, ¿en texto? Imagina qué tanto te hace sudar, qué tan pesada vuelve a tu orina. Imagina que estás a punto de retroceder, de huir a todo eso que has decidido, creado, propiciado, pero entonces, imagina que guardas tu teléfono. Imagina que, a tu favor, florece otra bocina divina, imagínala, e imagina que de ella afluye hacia ti la versión más extraña de Imagine de Lennon: con órgano, con armónica, con arpa, con balalaika, tú imagina el instrumento; en banda, en ópera, en salsa, en heavy metal, tú imagina el género. Imagina cómo esa rareza te reconforta en un principio, pero en adelante, tergiversa tu nerviosismo. Ahora sí, imagina que estás por arrepentirte de lo que haces. Imagina que ahí, en tu espera, repasas de memoria cada diálogo que has tenido con tu match. Imagina cómo comienzas a descifrar su discurso y encuentras una clave, una palabra, la suya, la tuya. Imagina cómo descubres que también se ha imaginado un perfil y también se ha falsificado; que se ha imaginado que ha tenido la mejor charla contigo y que, como tú, se ha proyectado en circunstancias que suenan a Imagine. Imagina entonces que llega. Imagina ese primer contacto, imagina el instante que no se podría volver a imaginar; imagina la vaga impresión que le dejas. Imagina que tu match es quien toma la palabra, imagina que sabes leer sus mentiras, imagina que te miente en la cara. Imagina cómo es ese “disculpa”, con el que se da la vuelta, cómo dramatiza una equivocación que, sabes, no es sino lo contrario. Imagina que llevaba para ti un regalo, pero imagínalo bien, no es una flor, o un anillo de compromiso, sino una historia viva que sale de su pecho pero que se rompe como un vidrio de azúcar con esa retirada cruel. Imagina lo que pudiste crear. Imagina que te sabes la canción de Lennon. Imagina que la música te envuelve y apagas tu teléfono, pero imagina, sólo imagina qué tan dolorosamente crudo es ese apagado. Imagina la melodía de la que deseas escapar. Imagina cómo te retiene, cómo te manotea, cómo te amenaza con disparar. Imagina cómo lloras. Imagina cómo ese teléfono te rasga las vestiduras. Imagina, pues, tu match con tu soledad.  


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