Misiva

LAURA RAMÍREZ
La autora / 2019


 México, Distrito Federal, febrero de 1997.

Celia de mis ayeres:
Quizás te extrañe esta misiva. Después de tantos años, sólo espero que estés bien y que estos párrafos lleguen a tus manos.
Hoy mi ahijado Saúl encontró unos negativos fotográficos de cuando trabajaba en el periódico. Estaban escondidos entre los cachivaches. Le llamó la atención uno porque es de los pocos donde salgo, te estoy abrazando por la cintura y con una gran sonrisa. Reveló la fotografía y me la trajo: fue del día que te dije que me recordabas a un ceviche peruano y casi terminas conmigo después de mi primer viaje a ese país.
Recuerdo que me diste un golpe en el brazo. No pude contener la risa Celia, fue de lo más hilarante ver tu cara y tu enojo al decirme: ¿cómo te atreves a compararme con un pedazo de pescado?
Lo mismo pasó con mis amigos limeños cuando se los conté, frente al mar embravecido de Miraflores, playa llena de guijarros, no podían creer que te asociara con un ceviche. Todos los chibolos estallaron en risas, no se diga mi paisano. Dije que eras única como ese plato, ellos dijeron que seguro te extrañaba mucho, y así era.
¿Por qué un ceviche?, preguntaste, podría haber sido de menos un postre ¿no? No mi niña, porque mi postre favorito de ahí son los picarones y, si bien son firmes por la yuca, llegan a empalagar. Tú no eres melosa, respondí. Si la memoria no me falla, te dije: tu personalidad, es como el sabor del ceviche, un tanto enigmática y al mismo tiempo familiar, pero al final única: es una combinación de ácido, salado, un toque picoso sin que lastime el paladar y con un poco de dulzor. Justo como tú y tus rabietas, tus carcajadas espontáneas, tu carácter tan fuerte y apasionado que a veces puede llegar a ser demasiado para quien no está acostumbrado y noble a la vez.
Cuando sentí el choclo blanco reventando en mi boca, de inmediato pensé en las muchas veces que tuviste un detalle lindo conmigo. Esa ternura tan peculiar, como tus días melancólicos, o las raras veces que te permitiste ser frágil y me pedías que te consolara mientras llorabas.
Seguí probando ese plato nuevo y excitante. Algo duro y crujiente llegó a mi boca, era el maíz cancha, vinieron a mí las veces que de la nada surgían tus ataques de besos descontrolados, primero suaves y tímidos, para terminar en una mordida, rodeando mi cuello con tus pequeños brazos y tu solicitud de que te estruje más, casi al punto de tronarte los huesos, así como truena el maíz al masticarlo.
El pescado me remitió a tu piel, suave, delicada y al mismo tiempo firme, todavía sin cocer como tu juventud e  inocencia, con el sabor de tu pasado y ese picor que realza todo. No pude evitar pensar en tus senos, tersos y voluptuosos cada vez que los tocaba o besaba y la redondez de tus caderas cuando te mecías encima de mí al amarnos.
Descubrí una textura nueva, algo aterciopelada, seca, pastosa y dulzona eran las batatas, justo como tus cariños.
La cebolla es lo que más me recordó a ti, presente pero no de forma abrumadora. Puedes llegar a ser demasiado potente y, en combinación con todo lo demás, lograr el balance magistral de textura, sabor y aroma.
Así mi querida Celia, un ceviche peruano me recordó a ti diez años atrás: compleja, exquisita, sublime, especial.
Disculpa mi atrevimiento. Son los recuerdos de un hombre y su primer amor. No sabes cuánto lo siento, nunca fue mi intención alejarme así. Tú sabes que en esa época  me enviaron a fotografiar lo que hacía el Sendero Luminoso en 1985 en los atentados en el Palacio de Gobierno y el Palacio de Justicia, junto con los incendios en el centro de Lima y la voladura de las torres de alta tensión dejó marcas demasiado profundas en mí. Tantas muertes de gente inocente nunca desaparecieron del todo. Al regresar a México, la ciudad era un caos por el terremoto. No podía dormir por las noches. Pasé meses sin conciliar el sueño, escuchar los martillos demoledores y las demás herramientas hacían que recordara las detonaciones de las metralletas. El olor a sangre era misma aquí que en Lima. Llegué a aislarme después de tener severos arranques de ira. No podía olvidar esos eventos. Nunca pudo desaparecer mi amor por ti.
Ahora todo es más tranquilo, la vida en el psiquiátrico Fray Bernardino no es tan mala. Platican conmigo. Lo malo es que casi siempre me tienen sedado. Hay días buenos, más cuando viene mi familia de visita como hoy. Creo que hicieron bien en internarme. A veces, aún después de varios años, todavía escucho las detonaciones y los gritos de la gente, pero al menos por este día me sentí como ese muchacho enamorado comiendo un plato de ceviche frente al mar de Miraflores.

Siempre tuyo, Adán.

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