Pasiones ¿ocultas?



Dora Cataño



Allí estás, allí estás, tan natural y serena, tan sencilla y bonita. Como si no supieras ser más que eso. Eres como un susurro que tengo en mi oído cada instante; te aseguro que yo sí te he escuchado.

—No te escondas linda, ven acá —le dije a esa niña una vez en la fiesta de mi hijo. Estaba sentada, tímida—. Ven, canta una de esas bonitas canciones que solo tú sabes ¿recuerdas?, me gustó la que cantaste en el último festival del día de las madres.

—Mmm, no sé, creo que lo mío, lo mío, es bailar, ¿quieres verme bailar?, algún día seré rumbera, una de esas chicas que bailan frente a muchas personas con ropa de colores y brillos —me contestó.

No esperaba esa respuesta. Bueno, en realidad, no esperaba una respuesta. Creí que ella saldría corriendo en cuanto yo le hablara.

—Sí, me gustaría verte.

—Ven a la función de las cuatro y media. Será en el patio de mi casa. Bailaré ante los niños que ya pagaron veinte centavos por verme —me dijo con voz de complicidad.

—Allí estaré con mis veinte centavos —prometí.

Esa fue la primera vez que vi brillar sus ojos.

Llegué puntual a la cita. A Dios gracias, apenas encontré un espacio entre todos los asientos. Había alboroto y entusiasmo entre el público, que en su mayoría no pasaba de los diez años de edad. Un par de niños decía:

—Espero que en esta ocasión voltee a verme mientras baila.

—Yo le presté una blusa amarilla que mi mamá casi no usa; como a mi mamá le queda chiquitita, seguro a ella le queda bien.

Otros aplaudían y gritaban: “¡queremos función!, ¡queremos función!, ¡queremos función!”.

El evento inició justo a la hora prometida. Con música fuerte y distorsionada, ella apareció sonriente, bailando: “Eeeeeessstaaaaaa es la rumba, qué rumba, rumba, ésta la bailo yo. Mira la rumbambera, la rumbambera, que esa soy yo”.

Aplausos, gritos, algarabía. El público se contagiaba de su pasión, de su movimiento de brazos, pies, cabeza, caderas. Yo me dejé llevar por el ánimo. Sentía la música y a sus fans. Por eso me levanté y empecé a bailar junto con todos, aplaudiendo y tarareando la melodía.

El show duró solo una canción.

Me fue imposible encontrarla al final; me pareció que había huido entre la bola de chiquillos.

Fueron los mejores veinte centavos que he invertido.

La vi al día siguiente, a las ocho de la mañana. Estaba sentada en la banca escolar, tranquila, tímida, callada, como cada día.

Iniciamos la clase de matemáticas.

—Buenos días niños —saludé a mis alumnos.

—Buenos días querido profesor —contestaron al unísono.

—Hoy vamos a cambiar la clase. Hablemos de temas importantes: los sueños y las pasiones, lo que nos transforma en personas geniales, lo que nos hace inigualables, lo que nos hace ser el centro de atención.

Roberto empezó:

—Yo soy un investigador de arañas, cochinillas, mariposas y cualquier insecto que encuentro. ¡Son grandiosos!, hay por donde quiera; tienen formas extrañas y colores bonitos.

—A mí me gusta buscar problemas. Bueno, eso dice mi mamá. Como soy fuerte, si veo a una niña, a un niño o a un perrito en líos, lo salvo —dijo Pedro, el niño más rudo, desalineado y noble que tengo en clase.

—Creo que yo nací para escalar. Si veo un árbol, una escalera, un monte, una persona, una pared, o lo que sea, me subo hasta arriba —interrumpió Juan, el más pequeño de la clase.

—Yo soy Elsa, la Gran Rumbera —dijo al fin la niña—. Cuando escucho música empiezo a cantar y bailar. Se mete adentro de mí como electricidad. ¿Has sentido que tus pies y tus manos se mueven solitos? Cuando bailo nada me da pena, no me importa quién me ve, o no me importa si me equivoco. La música es mi preferida, no como las matemáticas, las ciencias o hasta los deportes…

Mientras cada uno revelaba sus pasiones, yo recordaba por qué soy maestro: adoro ver florecer sueños y pasiones. Cada alumno es tan distinto, tan único, pero a la vez, tan semejante a los demás. Los niños describen su pasión con el corazón; transforman su pequeño rostro, sus ojos brillan, sus mejillas se sonrojan, una pequeña sudoración aparece sobre su frente…

La emoción y la alegría fueron las protagonistas ese día. Mi clase, que debió ser de matemáticas, se convirtió en un intercambio de las pasiones ocultas que tiene cada quien.

Sin esperarlo, Elsa, la Gran Rumbera, me preguntó:

—Profesor, ¿cuál es tu pasión?

—A mí me gusta descubrir talentos. Cuando encuentro alguno, siento que ilumina todo, como una llama…



Foto tomada del FB de la autora

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